Las sociedades anónimas deportivas no existen. Por lo menos no existen ni acá, ni ahora, en forma descubierta y legalizada. No obstante, los sospechosos capitales privados que desean esquilmar al fútbol argentino constituyen un peligro latente; más si tenemos en cuenta el contexto de saqueo, vaciamiento y desmantelamiento de los organismos públicos y las estructuras estatales.
El acceso al deporte en nuestro país está en vías de ser privatizado, si es que ya no lo está y no nos dimos cuenta. El gobierno estudia, desde su llegada a la presidencia, la maravillosa idea de rematar el cadaver por monedas a oscuras entidades mercantiles que harán de aquel -ya no tan- discreto quilombo una depravada y espeluznante orgía de intereses, negociados y cometas cruzadas, y la galletita se la tendrán que comer nuestros pibes, que buscarán en la casa del tranza o en el pabellón del penal el refugio y la contención que antes les brindaban los clubes.