Con esta postmodernidad mal entendida y peor practicada, caracterizada por un relativismo igualmente nocivo (en el que tiene más valor una opinión sobre algo, aún de un trastornado o enfermo mental, que un hecho empírico), se está dando rienda suelta –con el beneplácito de los medios y organizaciones de todo corte y pelaje que, en un ejercicio prostitutivo, se nutren de sustanciosas subvenciones, añado–, a lo que no puede calificarse de otra manera que no sea aberrante.Una de las monstruosidades propuestas, quizás la más evidente, es la promulgada (vía feminismo) por ciertos grupos de presión que inciden en la despenalización de prácticas tales como la pederastia. Cosa ésta, que lejos de ser una especulación conspirativa, queda demostrada, por expresarse de una forma indiscutible en los textos de sus grandes cabezas pensantes (aunque, como verá más adelante, no estuvieran en condiciones de pensar).