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Antes de continuar relatando la impresionante historia de este hombre, deberemos volver al presente por un breve lapso, a fin de poder comprender con mayor claridad el rol que ha jugado Maurice Strong en la construcción del mismo.
Durante
los últimos 50 años, la política internacional (tanto en su faceta
global como en la correspondiente a los órdenes domésticos), sufre
la infección de un poderoso virus que viene horadando paulatinamente
a las instituciones públicas -o sea, al Estado- y corrompiendo las
relaciones que estas mantienen con las comunidades a las que sirven y
representan. Las ONG’s, salvando las escasísimas excepciones, son el
SIDA que anula las respuestas ‘inmunológicas’ de los países del
tercer mundo ante la injerencia de los intereses foráneos de ese
‘capitalismo’ sin patria ni bandera cuya sede puede encontrase en
Wall Street, la ‘City’ de Londres o Tel Aviv. Está por de más
probado y comprobado que los ejércitos de las ‘potencias’ económicas
y militares dominantes dentro del ‘Contubernio de Washington del año
’49’ -mejor conocido como Organización del Tratado del Atlántico
Norte- son el ‘brazo armado’ que defiende e impone los intereses
geopolítico del ‘cártel financiero’ y las corporaciones
transnacionales y, en tal sentido, las principales Organizaciones
No-Gubernamentales que operan a nivel mundial bien pudieran ser
consideradas como un ‘brazo político’ encargado de los menesteres
propios del cabildeo y el tráfico de influencias. Esto no lo digo
yo, lo afirmó el propio Maurice Strong ante el atónito rostro de la
periodista canadiense Elaine Dewar cuando esta lo entrevistó en el
marco de su investigación publicada con el título “Cloak of
Green” (El Manto Verde) (25). Según cuenta la autora del libro que
desnuda los vínculos entre las organizaciones ambientalistas, el
gobierno canadiense y los grandes negociados transnacionales; Strong
confesó que, por medio del IDRC (Centro Internacional de
Investigación para el Desarrollo, según sus siglas en inglés),
“(…) ayudó
a crear una red de inteligencia/influencia semi-privada pero
financiada por el Gobierno Federal (canadiense) que tuvo impacto
tanto en Canadá como en el extranjero…” (26). En otras palabras,
lo que Strong ayudó a crear fue una red mundial de entidades
jurídicas de carácter civil e índole “humanitaria” financiadas
por distintos gobiernos del “primer mundo” y el ‘sector privado’
con el único objetivo de arar en favor de los intereses de sus
financistas a través de la presión social, mediática y política
sobre las diversas comunidades en las que han podido desembarcar, sus
funcionarios públicos y su clase política.
Silvina Romano,
investigadora adjunta del CONICET en el Instituto de Estudios de
América Latina y el Caribe de la Facultad de Ciencias Sociales de la
UBA, explica el funcionamiento de la “ayuda para el desarrollo”
como mecanismo de injerencia en un trabajo titulado “Guatemala,
Estados Unidos y las ONGs: La desarticulación del Estado y el rol de
la asistencia” (27) y publicado en De Raíz Diversa (revista
especializada en estudios latinoamericanos) a principios de 2010:
“En
el marco de la Guerra Fría, la asistencia técnica y económica fue
utilizada por el gobierno y el sector privado estadounidense (y por
los organismos instituidos en Bretton Woods) como una estrategia de
expansión de mercados y como herramienta capaz de reforzar la
alineación de los Estados periféricos con respecto al bloque
Occidental. (…) Es importante señalar que la asistencia a nivel
internacional se institucionaliza con los Acuerdos de Bretton Woods
(1944), y se extiende en el contexto de Guerra Fría bajo el
paradigma de la modernización (Mattelart y Mattelart, 1997) y el
desarrollo “por etapas” (Rostow, 1962), que consolidaron y
expandieron la idea de que la gente de los países centrales,
civilizados, industrializados, podía (tenía una responsabilidad
moral individual de) ayudar a las comunidades y personas atrasadas,
incivilizadas. En este sentido, se reforzaron mecanismos de
asistencia que paulatinamente mostraron su verdadera esencia: la
consolidación de la dependencia por parte de países periféricos
respecto de insumos, inversiones extranjeras, así como la
incorporación de nuevas pautas de consumo (Romano, 2012; Barnet y
Müller, 1974). Ante este escenario, los teóricos de la dependencia,
marxistas latinoamericanos y los neomarxistas estadounidenses
realizaron críticas contundentes con respecto a la politización de
la asistencia (pública y privada) y su utilización para extorsionar
y desestabilizar gobiernos.
Con la desarticulación de las
funciones sociales del Estado (o los mínimos avances en justicia
social en países periféricos), la asistencia que había sido
especialmente encarnada por agencias estatales y organismos
internacionales, fue delegándose y ampliándose también a un nivel
micro, es decir, comenzó a incorporar la ayuda de persona a persona
o de una persona a una pequeña comunidad en asuntos puntuales, por
medio de las ONG’s. Esto obedece, por un lado, a la crítica
realizada a las mismas IFI’s por las consecuencias negativas de los
“ajustes estructurales” del tipo del Consenso de Washington
(hacia allí apuntaban las críticas de economistas liberales como
Stiglitz e incluso los “Objetivos del Milenio” de la ONU). Por
otro lado, da cuenta de la deslegitimación, por parte de la
comunidad internacional, del Estado como ente capaz de redistribuir
recursos de modo adecuado, tarea que aparentemente, sería llevada a
cabo de mejor manera por el “tercer sector”. Así es que las ongs
adquirieron visibilidad en el contexto de la neoliberalización de
América Latina, especialmente a partir de los ’90. Estos organismos
se presentan en términos legales como organizaciones sin fines de
lucro, y se definen por no pertenecer al ámbito de lo público. Más
allá de las diversas misiones que se proponen cumplir, su existencia
se justifica para cubrir (mínimamente) los vacíos dejados por la
escasa presencia del Estado en cuestiones sociales en la periferia,
sumado a múltiples factores sociales y culturales que se
desarrollaron en los países centrales (mayor tiempo libre, mayor
longevidad luego de la jubilación, etc).”
La Ford Fundation (28) es un ejemplo paradigmático del pornográfico vínculo existente entre las “fundaciones” u ONG’s y los sectores más rancios de la política y la economía mundial (29); la pura estampa de un garito oscuro y siniestro perdido en la 5° Avenida de Nueva York dentro del cual; viejos y degenerados millonarios ‘entrados en carnes’, agentes de la CIA, altos mandos militares y funcionarios públicos norteamericanos de ‘primera línea’, desalineados sociólogos e intelectuales “de izquierda” con el pelo repleto de caspa, banqueros y ‘corredores de bolsa’ con la nariz repleta de cocaína, y otras crapulosas y facinerosas aberraciones de la naturaleza; se manosean excitados en un morboso ‘todos contra todos’ en el que ‘vale todo’ pero, al final, sólo vale el dinero.
Wikipedia la define como “una fundación caritativa, domiciliada en Nueva York, Estados Unidos, creada para financiar programas que promuevan la democracia, reduzcan la pobreza, promuevan la cooperación internacional y el desarrollo humano…” pero, la realidad, pareciera encontrarse algo reñida con tal definición. La “enciclopedia libre” nos cuenta, también, que la Fundación Ford es una “organización independiente, no lucrativa y no gubernamental…”; y, nuevamente, tales afirmaciones no estarían coincidiendo con el verdadero perfil -el documentado- que la realidad nos muestra.
Para empezar, la Fundación Ford fue -lisa y llanamente- malparida, vino ‘cagada de fábrica’; Henry Ford fue un colaboracionista nazi en toda regla, más que la propia Simone de Beauvoir, si cabe; incluso, se podría afirmar que constituyó uno de los pilares inspiracionales para la obra y el pensamiento de Hitler. Edsel Ford, hijo predilecto del empresario automotriz y -valga la redundancia- fundador de la fundación, compartió con su padre el enfermizo fervor alemán. Tan comprometidos estaban con ‘la causa’ que Edsel se encargó personalmente de la administración de las todas las compañías europeas de la marca Ford, incluyendo la planta ubicada en Alemania, para la cual contrató en calidad de Ejecutivo al aviador norteamericano y confeso partidario del nazismo Charles Lindbergh (30).
Desde su nacimiento y hasta fines de la década del ’40, la fundación transitó discretos caminos, lo que cambió tras las muertes de su fundador (en 1943) y la del ‘patriarca’ de los Ford (en 1947) al recibir del último una herencia de 70 millones de dólares de la época (el equivalente a unos 671.200.734 verdes billetes de nuestros días, y 85 centavos); a partir de entonces, la Fundación Ford se convertiría en la mayor organización “filantrópica” del mundo. Si desean conocer los detalles más escabrosos de esta historia y el degenerado corso de forajidos despreciables que supo reptar por las oficinas y el organigrama de la Ford Foundation, bien puedan leer el artículo escrito por Paul Labarique titulado “La Fundación Ford, fachada filantrópica de la CIA”, publicado en Red Voltaire hace ya 15 años (29); en este momento, a nosotros, sólo nos importa un personaje: Maurice Strong.
El camino más rápido para llegar al ‘chico de oro’ de Alberta, al ‘consentido del Tío Dave’, se llama: John J. McCloy. Si Usted posee una memoria mínimamente entrenada recordará que, varios párrafos atrás, me he referido vagamente a él como otro eslabón de la cadena que une al progreso de Strong con los intereses de la familia Rockefeller. Hay más nombres que constituyen, también, eslabones en las cadenas que unen los destinos del empresario y “militante ecologista” con los de la rancia dinastía de petro-banqueros; los hay mucho más importantes, incluso, pero McCloy es distinto a todos: su prontuario delictuoso es, literalmente, abominable.
Luego de desempeñarse como Subsecretario de Guerra de los EE.UU durante la Segunda Guerra Mundial; presidió las entidades que más daño le han hecho a la humanidad y al tercer mundo: el Banco Mundial, la U.S. High Comission, el Chase Manhattan Bank, el Concejo de Relaciones Exteriores, la Fundación Rockefeller y, para variar, también la Junta Directiva de la Fundación Ford. Participó en la sospechada Comisión Warren que investigó el asesinato de J.F. Kennedy y fue asesor de más presidentes norteamericanos que dedos tenemos en las manos, incluyendo a Nixon. Como abogado, supo proteger muy bien los intereses de las empresas norteamericanas que apoyaron o hicieron negocios con la Alemania Nazi, llegando a ser Consejero Legal de la tristemente célebre IG Farben, conglomerado alemán de compañías químicas que ostenta el dudoso honor haber inventado el gas venenoso conocido como Zyklon B (31). Para la filial norteamericana del conglomerado empresarial conformado por AGFA, BASF y Bayer -entre otras-; ocupó varios cargos directivos el ‘padre’ de la Fundación Ford, Edsel (30), al igual que la Standard Oil de los Rockefeller también hizo sus negociados con el gigante químico germano (32). Pero insisto: NO ME CREA A MÍ.
El 12 de marzo de 1989, tras la muerte de McCloy, el New York Times publicó un obituario (33) en el que se reúne toda la información aquí presentada y donde, además, se lo define -quizás- de la manera más sintética posible: “McCloy fue uno de los hombres más versátiles de su tiempo”; y esta cita no tiene desperdicio alguno ya que, además de lo que hemos visto hasta aquí, Anton Chaitkin (coautor de “Bush: La biografía no autorizada”) (34) lo acusa en su libro de haber ejercido como asesor del gobierno de Benito Mussolini en Italia. Otro hecho destacable de su carrera se dio mientras se desempeñaba como Alto Comisionado estadounidense en la Alemania Occidental, cuando decidió proteger a Klaus Barbie ante el pedido de entrega por parte de las autoridades francesas, que deseaban llevar a juicio a quien supo ser jefe de la GESTAPO en Lyon. No contento con esto, en 1950 recibió la tarea de nombrar al nuevo Jefe del Servicio Secreto de la Alemania Occidental, y su elegido no fue otro más que el criminal de guerra nazi Reinhard Gehlen. Por otro lado, durante su presidencia en el Chase Manhattan Bank, brindó apoyo financiero a la dinastía Pahlaví de Irán y luego organizó una campaña destinada a presionar al Presidente Jimmy Carter para que su gobierno protegiese al ya moribundo régimen criminal que asolaba al país persa; iniciativa que incluía a David Rockefeller, Nelson Rockefeller y Henry Kissinger haciendo diputaciones a la ‘administración Carter’. El resultado del cabildeo pudo verse el 12 de diciembre de 1978, cuando el Presidente norteamericano emitió la siguiente declaración: “Espero que el Shah mantenga el poder en Irán… Creo que las predicciones de fatalidad y el desastre que proviene de algunas fuentes ciertamente no se ha realizado en absoluto. El Shah cuenta con nuestro apoyo y también tiene nuestra confianza”.
Tras la huida de Irán, McCloy hizo los preparativos para que el Shah se refugiara en Bahamas y David Rockefeller instruyó a Joseph V. Reed (su asistente personal en el Chase Manhattan Bank) para que manejase las finanzas del depuesto tirano iraní; pero el triángulo amoroso entre McCloy, Rockefeller y los Pahlaví no es una referencia aislada en este reportaje; es aquí donde se sucede un hecho de gran relevancia para esta historia ya que pinta por completo el ‘modus operandi’ del ‘cártel financiero’ a la hora de alterar la realidad manipulando a los estamentos encargados -de alguna manera- de “certificarla” o “validarla”, como quedará expuesto en las siguientes líneas.
El ‘ultrasecreto’ “Proyecto Alpha”, cuyo principal objetivo era obligar a Carter a proporcionar un refugio seguro para Mohammad Reza Pahlavi (con el nombre clave «Eagle») y su familia, fue una iniciativa nacida de la retorcida mente de John David Rockefeller; éste último, junto a McCloy y Henry Kissinger, se hacían llamar a sí mismos como “El Triunvirato». Con la intención de cristalizar los objetivos del “Proyecto Alpha”, Rockefeller inyectó grandes sumas de dinero perteneciente al tesoro del Chase Manhattan Bank a fin de solventar los costosos servicios del prestigioso estudio jurídico “Milbank, Tweed, Hadley & McCloy”, cuyos abogados trabajaron ‘a destajo’ para asegurar la viabilidad legal de semejante asociación ilícita. Parte de este dinero se usó, también, para incentivar -por no decir sobornar- a diversos académicos a que escribiesen artículos defendiendo al crapuloso régimen de la dinastía Pahlaví; por ejemplo, George Lenczowski (Profesor Emérito de la Universidad de California), cobró $40,000 por escribir un libro en respuesta a las críticas recibidas por el gobierno del Shah (35). Tenga muy en cuenta este hecho, le ayudará a entender en gran medida los mecanismos de la estafa académica en la que se sustenta el negocio del “calentamiento global”.
Referencias:
(25) https://www.goodreads.com/book/show/1968177.Cloak_of_Green
(26) https://books.google.com.au/books?id=ui2OTJqsqI8C&q=%22He+had+helped+create+a+federally+funded%22#v=snippet&q=%22He%20had%20helped%20create%20a%20federally%20funded%22&f=false
(27) http://biblioteca.clacso.edu.ar/Mexico/ppel-unam/20160629044132/2._Guatemala_Estados_Unidos_y_las_ONGs-_La_desarticulacion_del_Estado_y_el_rol_de_la_asistencia_Silvina_M._Romano.pdf
(28) https://www.fordfoundation.org/
(29) https://www.voltairenet.org/article123675.html
(30)http://bibliotecadigital.econ.uba.ar/download/ciclos/ciclos_v10_n19_10.pdf
(31) https://es.wikipedia.org/wiki/John_J._McCloy
(32) https://es.wikipedia.org/wiki/IG_Farben
(33)https://www.nytimes.com/1989/03/12/obituaries/john-j-mccloy-lawyer-and-diplomat-is-dead-at-93.html
(34) https://spartacus-educational.com/JFKchaitkin.htm
(35) https://spartacus-educational.com/USAmccloyJ.htm
Por: Nicolás Escribá
Periodista profesional MN: 14.779
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